*El crucero “Baleares”, uno de los dos buques insignias de la Armada franquista durante la Guerra Civil. |
Las
aguas del Mediterráneo acogieron, hace 75 años, el hundimiento de este crucero
franquista y la muerte de casi 800 de sus tripulantes en la batalla del Cabo de
Palos.
Hace
ya 75 años que las aguas del Mediterráneo se tiñeron de rojo a la altura del
Cabo de Palos, frente a las costas de Cartagena, cuando una flota franquista y
otra republicana se enfrentaron en la que -a la postre- sería conocida como la
mayor batalla naval de la Guerra Civil. Aquel 6 de marzo de 1.938, y tras la
sucesión de una serie de complicadas maniobras navales, la marina gubernamental
logró enviar al fondo del mar al orgullo de la Armada sublevada: el crucero “Baleares”.
Junto a este gigante metálico se hundieron además los cuerpos de casi 800 de
sus tripulantes, un número que convirtió la tragedia de este buque en una de
las más reseñables de la Historia española.
Con
todo, y a pesar de que los combates navales durante la Guerra Civil han sido
dejados de lado por parte de la Historia, lo cierto es que las aguas españolas
acogieron multitud de contiendas en la que se enfrentaron, a base de sangre y
torpedo, a republicanos y franquistas. Y es que, el control de determinadas
rutas marítimas era de vital importancia, pues a través de ellas se podían
hacer llegar hasta tierra firme cientos de soldados y toneladas de material
bélico determinantes para la guerra.
El alzamiento en la Armada
Si
se busca entender las causas que motivaron el combate en el Cabo de Palos es
necesario retroceder en el tiempo hasta 1.936, una fecha clave en el porvenir
de España. Aquel año, y después de que ascendiera al gobierno de la Segunda
República el Frente Popular –una agrupación que aunaba a la mayoría de fuerzas
izquierdistas-, varios militares decidieron iniciar la sublevación que, desde
hacía meses, merodeaba por sus cabezas..
Para
los rebeldes el objetivo estaba claro: debían hacer caer el Gobierno central
ubicado en Madrid y, después, tomar el poder. Sin embargo, si pretendían llevar
a cabo esta misión necesitaban transportar a sus tropas desde Marruecos –donde
se había iniciado la sublevación- hasta la Península, algo que sólo podían
hacer por mar y aire. Por ello, los instigadores decidieron iniciar varios
contactos con la Marina.
“Parece
que la primera toma de posición frente a una sublevación ocurrió durante las
Fallas de Valencia de 1.936. Los primitivos conspiradores en el Ejército, es
decir, los que conspiraban desde la victoria del Frente Popular del 18 de
febrero de 1.936, pidieron a la Marina, varias de cuyas unidades estaban en
períodos de maniobras, que permaneciese neutral y dejara pasar convoys de
tropas desde África hasta la Península” afirma el doctor en Historia británico
Michael Alpert en su obra “La Guerra Civil española en el mar”.
Tal
era la importancia de contar con la Marina que el general Emilio Mola,
principal cabecilla de la sublevación, afirmó en 1.936 que era necesario “buscar
el apoyo de la Armada en los puntos en que esto sea conveniente, e incluso su
colaboración”. Por ello, Francisco Franco puso todo sus esfuerzos en tratar de
congraciar a los marinos con los ideales de la sublevación.
De
hecho, el interés del futuro líder de la revuelta en tratar de captar a la
Armada fue tal, que incluso llegó a celebrar una recepción para los jefes y
oficiales navales de los principales navíos españoles. Allí, el entonces
general pronunció el siguiente discurso: “La Patria está en peligro, y cuando
eso sucede, el brazo armado de la Patria, el Ejército y la Marina, quedan
obligados a salvarla, tanto de los enemigos exteriores como de los interiores;
y dentro del Ejército y de la Marina son los jefes y los oficiales los
encargados de que esa misión sagrada se cumpla”.
Así,
con un aroma a incertidumbre rondando en la Marina, el 17 de julio las amenazas
se hicieron palpables y se inició la sublevación en Marruecos. Acababa de dar
comienzo la Guerra Civil y, en lo que respecta a los soldados del mar, tocaba
finalmente elegir bando.
Una
escasa flota sublevada
Una
vez dado el pistoletazo de salida a la revuelta, los ojos de Franco y del
gobierno ubicado en Madrid se posaron temerosos sobre las principales bases
navales españolas. De estas, se pusieron del lado del alzamiento la de Cádiz
(debido, principalmente, a la cantidad de tropas sublevadas llegadas desde
África) y la del Ferrol. Mientras, en poder de la República quedaron la de
Mahón (ubicada en Menorca) y la de Cartagena.
En
lo que respecta a la flota, varios oficiales se sublevaron y trataron de
arribar a territorio franquista junto con sus buques. Sin embargo, en muchos de
estos casos sus tripulaciones se amotinaron, lograron recuperar el control del
navío y, finalmente, giraron el timón de vuelta a territorio republicano. Esto
fue lo sucedido, por ejemplo, en la cubierta del destructor “Almirante Valdés”.
Tras
algunos días de desconcierto, el recuento final dio la ventaja en el mar a la
República, que pudo contar a sus órdenes 44 buques bien artillados (algunos
todavía en dique seco) por los 23 del ejército sublevado -5 de ellos todavía
por ensamblar-. No obstante, y a pesar de que su flota era significativamente
menor, Franco guardaba un par de ases en la manga: dos nuevos y modernos navíos
que, una vez fueran construidos, marcarían la diferencia en combate gracias a
su polivalencia y a su ingente armamento. Estos no eran otros que los cruceros “Canarias”
y “Baleares”.
El
“Baleares”, incluso antes de ser terminado, se convirtió pronto en uno de los
buques insignias de la Marina franquista. “El crucero “Baleares” fue construido
en los Astilleros de la Sociedad Española de Construcción Naval de El Ferrol
(…) Fue colocada la quilla el día 15 de agosto de 1.928, al mismo tiempo que la
de su gemelo, el “Canarias”, siendo presidido el acto por el Excmo. Sr. D.
Miguel Primo de Rivera. (…). Su botadura tuvo lugar el día 20 de abril de 1.932
y su construcción, lo mismo que la del “Canarias”, se vio muy retrasada a causa
de las disposiciones del Gobierno de la República, encaminadas a disminuir lo
más posible los presupuestos para atenciones militares”, señala Manuel Cervera
Cabello, uno de los pocos marinos que sobrevivió al desastre de este navío, en
su obra “Crucero “Baleares” publicada en 1948.
En
julio de 1.936 su construcción, y particularmente el armamento, estaban todavía
muy atrasados, tanto, que muchos dudaron que fuera posible terminarlo en un
plazo útil para que pudiera tomar parte en la contienda. Febrilmente se trabajó
para poner en servicio el buque, superando y venciendo la falta de piezas y
material que debía proveer Inglaterra o las factorías situadas en la zona roja,
y el día 15 de diciembre de 1.936, aunque faltaban muchas instalaciones, consideradas
como indispensables en otros momentos, tales como dirección de tiro, piezas de
artillería, etc., fue entregado a la Marina de Guerra (…) izándose la Bandera
Nacional”, completa el superviviente del hundimiento del “Baleares”.
Este
gigante del mar contaba con 194 metros eslora -unos 70 menos que el “Titanic”-,
y 19,5 metros de manga. “Su desplazamiento sería de 10.600 toneladas, su
potencia de 90.000 caballos, pudiendo desarrollar una velocidad de 33 nudos. Su
capacidad de petróleo sería de 2.800 toneladas, lo cual suponía una gran
autonomía de hasta 10.000 millas en régimen económico. (…) Con 8 cañones de 203
mm, 8 de 120 y 8 de 40, su potencial de fuego era enormemente superior a la de
los cruceros precedentes”, señala, en este caso, el historiador Michael Alpert.
Con
todo, este navío no tuvo que esperar finalmente mucho para surcar las aguas
debido, entre otras cosas, a la necesidad imperiosa de buques por parte de la
Armada franquista. “Eran aquellos unos tiempos difíciles, y por eso mismo las tripulaciones
de los buques se nutrían de voluntarios de todas las provincias españolas. (…)
Su adiestramiento hubiera necesitado meses enteros de constantes ejercicios y,
sin embargo, bastaron pocas semanas de incansable labor y sacrificio de los
profesionales para que su comandante, el Capitán de Navío D. Manuel de Vierna y
Belando, pudiera considerar que el buque se hallaba en condiciones de salir
para la zona de operaciones. Así, en este estado y con su bisoña dotación, el
18 de diciembre de 1.936 salió el buque a la mar para hacer su primera
singladura, dedicada a pruebas de los servicios y ejercicios de la dotación”,
completa el militar español.
La
República, al asalto.
Tras
el inicio oficial de las hostilidades navales entre la República y el bando sublevado,
quedó claro que, a pesar de contar con más buques y submarinos, los
gubernamentales carecían de oficiales y hombres lo suficientemente
experimentados a nivel marítimo. Esto, unido al constante envío de barcos a la
flota franquista por parte de Italia y Alemania, provocó que la pequeña armada
rebelde pudiera poner en aprietos a sus enemigos durante la guerra.
Por
ello, en 1.938 la Armada gubernamental planeó una operación con la que elevar
la moral de sus hombres y dar un golpe definitivo a la flota sublevada.
Concretamente, el alto mando republicano pretendía atacar la bahía de Palma de
Mallorca, lugar en el que, según diferentes informes, se encontraba una buena
parte de la flota franquista.
La
operación era, ya sobre el papel, dificultosa. En primer lugar, un pequeño
grupo de lanchas torpederas rusas recién adquiridas (unos navíos de escaso
tamaño y característicos por su velocidad, aunque también por su poca
resistencia a los ataques) partiría desde su base en Portman (Cartagena) en
dirección al puerto de Alicante. Allí, estos pequeños buques se encontrarían
con la 1ª Flotilla de Destructores, la cual les abastecería de combustible y
les escoltaría hasta la bahía de Palma, donde, finalmente, realizarían un
ataque relámpago contra los buques franquistas allí fondeados.
A
su vez, también se ordenó al grueso de la flota republicana (7 navíos al mando
del Almirante Luis González Ubieta) que cubriera el avance de la 1ª Flotilla de
Destructores y de las lanchas torpederas navegando a 75 millas (unos 120
kilómetros) del Cabo de Palos. De esta forma, se pretendía proteger a los
asaltantes de posibles maniobras llevadas a cabo por la flota franquista.
Con
el plan establecido, únicamente quedaba seleccionar la fecha en la que se
abalanzarían sobre sus enemigos a sangre y cañón. «La Flota republicana, que
desde hacía tiempo buscaba su oportunidad de ataque a los buques contrarios, la
encontró en la noche del 5 al 6 de marzo. Al atardecer del día 5 (de marzo) se
hizo a la mar una Escuadra (el grueso de la flota) formada por los cruceros
“Libertad” y “Méndez Núñez”, escoltados por los destructores “Sánchez
Barcáiztegui”, “Gravina”, “Lepanto”, “Almirante Antequera” y “Lazaga”. Su
misión era la de proteger a las lanchas torpederas», señalan Ramón y Jesús
María Salas Larrazábal en su obra «Historia general de la guerra de España».
No
obstante, apenas una hora después de abandonar el puerto, Ubieta recibió una
noticia demoledora: el mal tiempo había provocado que las lanchas tuvieran que
regresar a la base. Con todo, el Almirante decidió continuar con la operación y
ordenó mantener el rumbo a su escuadra para, de esta forma, proteger la
retirada de la 1ª Flotilla de Destructores (la cual no disponía ya de objetivos
al no tener que abastecer de gasolina a las torpederas).
El
movimiento de la flota franquista
Pero
lo que no sabía Ubieta era que le aguardaba una sorpresa en el trayecto, y es
que, la suerte quiso que aquel día la flota “nacional” tuviera su propia
misión. Concretamente, y en la misma tarde del día 5, los cruceros franquistas “Canarias”,
“Baleares” y “Almirante Cervera” habían salido de Palma con orden de escoltar a
un convoy mercante desde Formentera hasta el Estrecho. Este itinerario se
encontraba precisamente en aguas donde, en ese momento, navegaba el grueso de
la flota republicana.
“En
la tarde del sábado, 5 de marzo, a las quince horas, los altavoces retransmitieron
el toque de babor y estribor de guardia. (…) Se trataba de llevar a puerto
seguro un convoy de dos grandes barcos, el Umbe-Mendi y Aiskori-Mendi, que
llevaban material de guerra indispensable y de vital importancia para continuar
con éxito la, en pleno desarrollo, “Batalla del Ebro”. (…) Una vez más, la
Marina debía contribuir en silencio a la victoria de sus hermanos de los otros
Ejércitos”, recuerda Manuel Cervera Cabello –entonces Teniente de Navío a bordo
del crucero “Baleares”- en su obra posterior.
*Botadura
del crucero Baleares.
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Un
inesperado encuentro
Unas
horas después, en la madrugada del 5 al 6 de marzo, la flota franquista
navegaba cerca del Cabo de Palos bajo un cielo totalmente negro que impedía
discernir lo que ocurría a poca distancia de las cubiertas de los navíos. Fue
aproximadamente a las 0:38 cuando ambas armadas se divisaron. Curiosamente,
ninguna tenía constancia de que el enemigo se hubiera hecho a la mar, por lo
que el desconcierto reinó pronto entre los marineros y oficiales.
“El
“Baleares”, (…) el “Canarias” (…) y el “Cervera” (…), con el contralmirante
Manuel de Vierna, jefe de la división, a bordo del primero, navegaban entre el
convoy que escoltaban y la costa, a once nudos (20 km/h aproximadamente) sin
ninguna protección de destructores ni de submarinos, ignorantes de los
movimientos del enemigo. Rumbo opuesto iba la escuadra enemiga”, completa, en
este caso, Alpert.
Al
parecer, el primero en vislumbrar al contrario fue el destructor republicano “Sánchez
Barcáiztegui”, cuyo capitán, tras calcular que los buques franquistas se
encontraban a menos de 2.000 metros -y aún sorprendido por el increíble
encuentro-, ordenó lanzar contra ellos dos torpedos. No obstante, la premura
provocó que los enemigos no fueran fijados adecuadamente y los proyectiles no
dieron en el blanco.
Por
su parte, estupefacto como estaba por el inesperado encuentro con los barcos
republicanos, Vierna ordenó a sus cruceros cambiar radicalmente de rumbo para
alejarse de la flota gubernamental. Y es que, el contralmirante, que sostenía
bajo sus hombros nada menos que treinta años de experiencia en la marina, sabía
que la potencia de fuego de sus navíos no serviría de nada durante la noche,
mientras que, por el contrario, su flota sería blanco fácil de los torpedos
enemigos.
Tras
el ataque, el convoy gubernamental patrulló durante media hora la zona sin
encontrar enemigo alguno. Por ello, Ubieta, con la sensación del deber
cumplido, ordenó poner rumbo a Cartagena, pues su misión de dar cobertura a la
1ª Flotilla de Destructores había sido desempeñada ampliamente. «Parecía que
ambas Escuadras habían decidido ignorarse y marchar cada una por su lado»,
añaden los autores de «Historia general de la guerra de España. Sin embargo, la
suerte todavía tenía reservada una última sorpresa para estas dos flotas.
El
error que condenó al "Baleares"
Casi
una hora después, a las dos de la madrugada, Vierna decidió volver al rumbo
original y completar su labor de protección a los cargueros. Para ello, cambió
el timón de dirección y cayó a estribor con la intención de adaptar la marcha
de su flota a la de los transportes.
Sin
embargo, el destino quiso sobresaltarle de nuevo e hizo que vislumbrara, por
segunda vez, la figura borrosa de uno de los navíos republicanos en medio de la
oscuridad; y es que, los rumbos de ambas flotas se habían vuelto a cruzar por
jugarretas del destino. Todavía incrédulo por lo extraño de la situación,
Vierna prefirió adelantarse a sus enemigos y ordenó lanzar varias granadas
luminosas para indicar a sus compañeros donde se encontraban los barcos
gubernamentales. No pudo haber cometido un error más grave, pues el «Baleares»
se iluminó en medio de la noche quedando a la vista del convoy republicano. De
esta forma, el contralmirante firmó la sentencia de muerte del buque insignia
de Franco.
La
situación fue bien distinta para el republicano Ubieta quien, en su marcha
hacia la base, se encontró repentinamente y a muy corta distancia con un
iluminado “Baleares”. Casi al instante, y sin dudarlo dos veces, el Almirante
se dispuso a llevarse al fondo del mar al moderno navío y a sus casi 1.100
tripulantes. “El crucero presentaba un blanco excepcional para los tres
destructores “Sánchez”, “Antequera” y “Lepanto”. Entre las 2:17 y las 2:20
horas lanzaron doce torpedos a una distancia de entre 2.000 y 3.000 metros”,
añade Alpert en su obra.
Derecho
al fondo del mar
Sin
posibilidad de virar, el “Baleares” recibió el estruendoso impacto de dos de
los torpedos, los cuales hicieron que su casco se tambaleara y coparon la clara
noche de esquirlas y restos desvencijados del buque. Minutos después de la
explosión la situación era dantesca: el crucero, anteriormente el orgullo de
los franquistas, se había quedado sin luz y comenzaba a adentrarse en el mar,
hundiéndose sin remedio.
“En
breves momentos se asignaron a cada grupo de gente y Oficiales graves y
difíciles misiones (…). Se apagaron incendios en pañoles de urgencia, arrojando
sus proyectiles al mar, algunos de los cuales se encontraban ya envueltos en
llamas. Se destruyeron los documentos secretos. (…) Los Médicos se desvivían
tratando de atender a los innumerables heridos, sin más luz que la de sus
linternas, más agua que la que momentáneamente quedaba en las tuberías y con el
escaso medicamento existente en el puesto de urgencia. Y así transcurrieron cuatro
horas (mortales), durante las cuales los compartimentos estancos, cediendo uno
tras otro, hacían inclinar el buque cada vez más”, destaca Cabello en su texto.
Tras
el ataque, los dos restantes cruceros franquistas -el “Canarias” y el “Cervera”-
decidieron abandonar el lugar a toda máquina a sabiendas de que la carga de los
mercantes que escoltaban era de vital importancia para el desarrollo de la
guerra en la Península. Por su parte, y debido al daño que podían sufrir ante
el gran armamento de los cruceros sublevados, los republicanos tocaron a
retirada y no persiguieron a los derrotados.
“El
“Baleares” se hundió a las 5:00 de aquella mañana. Murieron 788 hombres,
incluido Vierna (…), el jefe de Estado Mayor de la división, el segundo y el
tercer comandantes, el segundo jefe de Estado Mayor y más de 25 tenientes y
alféreces de navío”, añade, en este caso, el historiador británico.
Rescate
de los supervivientes
Tras
la marcha de las dos flotas parecía que los supervivientes del ataque
únicamente podrían esperar hasta que las aguas hicieran mella en ellos y se
fueran al fondo junto con los restos del crucero. En cambio, recibieron la
ayuda del “Boreas” y el “Kempenfeld”, dos destructores ingleses que, tras
observar la batalla, se acercaron al buque siniestrado para ayudar en las
tareas de rescate. Ambos navíos lograron recoger aproximadamente a 470
supervivientes.
A
las ocho de la mañana, cuando ya no quedaba del “Baleares” más que un tenue recuerdo,
volvieron al lugar el “Canarias” y el “Cervera” ya con su misión cumplida.
Pero, con las tareas de salvamento ya realizadas, únicamente pudieron enviar
varios mensajes de agradecimiento a los británicos. Uno de ellos, el que
remitió el “Canarias” al “Kempenfeld”, fue recogido por Cabello en su obra: “Thank
you by your humanitarian service. The Spanish national fleet never forget the kindly behavior
of the english fellows”.
La
República informa de un nuevo ataque por aire para acabar con el “Baleares”
Una
vez que los navíos republicanos informaron del combate, el mando decidió enviar
varios bombarderos para, en primer lugar, acabar definitivamente con el “Baleares”
y, en segundo, asegurarse de que el buque se había ido al fondo del mar. Así lo
informó, al menos, el propio ministerio de Defensa gubernamental:
“Durante
el día, aviones de defensa de costa han hecho varios bombardeos sobre el buque
torpedeado por la flota republicana y sobre otros barcos facciosos que
acudieron en socorro, de todos los cuales se han obtenido fotografías.
A
las 7:18 horas de hoy se efectuó el primero de estos servicios. Al buque
incendiado, del que salía una gran columna de humo, le rodeaban entonces dos
destructores, que se encontraban muy próximos a su popa, y otros algo más
alejados. Muy cerca se hallaba un buque del mismo tipo y tonelaje, que al
acercarse nuestra escuadrilla aérea se alejó a toda marcha.
El
bombardeo se hizo, en dos pasadas, a 3.500 metros de altura, cayendo las bombas
en un lugar muy inmediato al buque torpedeado.
A
las 12:40 se repitió el servicio por cuatro aviones rápidos. Junto al buque
cañoneado había a estas alturas otro de igual tonelaje y otros dos más
pequeños. Los aviadores aseguran que algunas de las bombas de 250 kilos
lanzadas por nosotros desde 3.000 metros de altura alcanzaron al buque
incendiado y al otro grande, del que también se vio salir una columna de humo.
Posteriormente
se han hecho cuatro bombardeos más, cuyos resultados no pueden precisarse por
haber disminuido considerablemente la visibilidad a causa de la niebla”
*ABC