*Dirk Vanparys de la compañía del ejército belga encargada de
la eliminación de artefactos explosivos
recoge municiones de la Primera Guerra Mundial en la carretera.
Casi 100 años han pasado desde el final de la Primera Guerra
Mundial, pero su legado perdura. En el antiguo campo de batalla, los
agricultores del frente occidental aún se encuentran en riesgo, por millones de
municiones sin estallar que permanecen enterradas en el suelo.
Son las 9am, y el sol aún no penetra la niebla de la tierra
fértil y plana de Flandes occidental cuando Dirk Vanparys y otros dos soldados
belgas salen de su base para su recorrido diario del antiguo Frente Occidental.
Conducen en un gran Mercedes blanco, van por caminos rectos flanqueados por
enormes campos abiertos de trigo y patatas, roto el paisaje sólo por el
bosquecillo que de vez en cuando se asoma o una línea de álamos. No hay ningún
indicio de los horrores que asolaron este paisaje tranquilo hace casi un siglo,
nada para recordar al visitante ocasional del horroroso espectáculo de la
guerra de desgaste que se luchó en las trincheras cerca de Passchendaele y el
saliente de Ypres. Vanparys se detiene en la carretera al lado de una casa de ladrillo. Allí, amontonados
en la hierba, las granadas de 12 pies de largo con restos de barro y óxido, las
cuales un granjero encontró enterradas y les informo de ello en una llamada
telefónica el día anterior.
Vanparys, de 47 años, les evalúa con el ojo experto de
alguien que ha pasado dos décadas frente a estas reliquias letales de la
Primera Guerra Mundial. A partir de su forma, longitud, calibre y fusibles que
rápidamente determina que ocho de las municiones son británicas y cuatro
alemanas. 'Este es el acero británico real ", dice con admiración mientras
sostiene una de las municiones, y explica que el ejército británico utilizó
acero de alta calidad, que es menos susceptible a la corrosión. Él sospecha que
tres de las granadas contienen gas mostaza y otros agentes químicos, pero no ve
ningún indicio de fuga. A partir de las marcas en las cajas, concluye que
algunos fueron disparados, pero no explotaron, mientras que otros ni siquiera
fueron usados.
Vanparys y su equipo se
tienen que poner guantes, abrir la parte trasera de la furgoneta, y colocar
suavemente estos recuerdos de aquel lejano conflicto en una gran bandeja de
arena para que los detonadores en sus puntas no golpeen algo duro y exploten si
el vehículo se ve involucrado en una colisión frontal. Vanparys dice que una
granada, una vez se le escapó de las manos y cayó sobre su pie, pero no detonó.
*Gino Lambrecht, otro miembro del equipo de eliminación,
revisa las cajas de proyectiles almacenados antes de su destrucción.
Un poco más tarde, la camioneta se detiene junto a la cuneta,
junto al cual se levanta una torre de electricidad de concreto dividida con
agujeros. En tres de esos agujero un agricultor ha dejado, como había
prometido, dos proyectiles de artillería británicos y un proyectil en forma de
botella de 3 pulgadas de mortero Stokes. A continuación, desde la parte
posterior de un corral empedrado, el equipo recoge no menos de 37 proyectiles
de varios orígenes y tamaños, algunos de ellos conteniendo gas, y alrededor de
50 granadas se volvieron ocres por sus largas permanencias sepultadas en la
tierra.
El equipo de Vanparys lleva a cabo su trabajo con calma y
metódicamente, pero llevan los trajes de protección y máscaras de gas en la
furgoneta por si acaso. “Sé lo que estoy haciendo, y cuanto más lo haces, más
fácil es”, Vanparys, también ha servido como un experto en desactivación de
bombas en Afganistán y los Balcanes.
En la siguiente parada programada el equipo no encuentra
nada. Un agricultor había llamado para decir que había dejado una municion en
la orilla del camino, al lado de un poste de metal con una punta amarilla, pero
no está ahí. 'Parece que alguien se ha llevado de recuerdo. No hay otra explicación,
dice. "La gente toma estas cosas sin saber lo que son. El peligro
explosivo es poco, pero el peligro tóxico es grande’.
Su colega Geert Denolf añade que los locales sin escrúpulos a
veces toman las municiones de la carretera, los limpian y los venden a los
turistas desprevenidos en los mercados de Ypres. "Va a ser un negocio en
auge durante los años del centenario," predice. 'Auge' en más de un
sentido, tal vez.
*Las municiones se detonan dos veces al día.
Y así transcurre el día, en el momento en que el equipo
termine la última de sus 13 paradas, habrán recogido 73 proyectiles y 57
granadas y fusibles de diferentes calibres. La mayoría habían sido encontrados
por los agricultores en sus campos, un puñado por construcciones o trabajadores
cavando hoyos, o un par de personas que trabajaban en sus jardines. Vanparys
había recuperado un proyectil alemán en un campo de patatas, sólo para descubrir
otra que sobresale de la tierra a un metro. "Es un día bastante
típico", dice, luego de su recorrido su equipo vuelve a su base.
Casi 100 años después, las autoridades belgas y francesas
todavía están limpiando los escombros de la Gran Guerra. De hecho sus llamadas “cosechas de hierro” son más grandes de lo que
eran hace varias décadas, en gran parte debido a que los agricultores tienen
tractores pesados más sofisticados que hacen un arado mucho más profundo, y
ya que más trabajo de construcción se lleva a cabo en las ciudades y pueblos a
lo largo de lo que fue el frente occidental. Sólo el año pasado el ejército
belga ha recogido 105 toneladas de municiones, muchos de las cuales con
productos químicos tóxicos, y la policía francesa, que dirigen un servicio de recolección
similar en una base cerca de Arras, 80 toneladas. El año anterior el total fue
de 274 toneladas. A veces, cuando se descubre un lote de armas perdido hace
mucho tiempo, el total es aún mayor. En 2004, por ejemplo, se encontraron 3.000
proyectiles de artillería alemanes en un solo sitio en Dadizele, al este de
Ypres.
Tales volúmenes no son tan sorprendentes como suenan. Entre
1914 y 1918 los ejércitos enemigos se dispararon unos 1450 millones de
proyectiles entre ellos, de los cuales unos 66 millones contenian gas mostaza y
otros productos químicos tóxicos como el fosgeno o el fósforo blanco. Como
Vanparys dice: "Los tres países más ricos del mundo en ese momento (Gran
Bretaña, Alemania y Francia) se declararon en quiebra en cuatro años a través
de la producción de material de guerra. Por otra parte la mayoría de los
bombardeos se produjeron a lo largo de una línea que cambio muy poco durante
estos cuatro años. Los ataques eran a menudo precedidos por días de bombardeo
ininterrumpido de las posiciones enemigas, haciendo que el suelo se volviera
tan revuelto y suave que hasta un tercio de los proyectiles simplemente no
explotó al impacto.
A un siglo, las cifras de víctimas también siguen aumentando.
Cada año o dos un agricultor detona una granada mientras realiza labores en sus
campos y sino muere, por lo menos
destruye su tractor. Más estarían muertos o heridos si no fuera por el hecho de
que casi siempre se aran en la misma dirección, dando a los proyectiles
enterrados golpes de refilón que poco a poco las mueven de manera que sus
detonadores tienen menos probabilidades de ser golpeados. El gobierno belga ha
pagado cerca de € 140.000 en compensación durante los últimos tres años por los
daños causados a los tractores, arados y cosechadoras por municiones de la Primera Guerra Mundial.
*Los agricultores se han acostumbrado a descubrir los proyectiles
sin explotar, al realizar el arado de sus campos.
"No me preocupo, pero mi esposa sí” dice un agricultor
llamado Van Christophe mientras tomaba
un descanso de la siembra de papas en un campo cerca de la base. Se calcula que
encuentran 10 o 15 proyectiles al año en su tierra. "Yo simplemente los
puse a un lado como siempre y no hay
problema."
En la zona de Ypres 358 personas han muerto y 535 resultaron
heridos por municiones de la Primera Guerra Mundial, las armas de fuego,
finalmente se quedaron en silencio en 1918, y las víctimas no son ciertamente
todos los agricultores. En marzo de este año, siete obreros, policías y
bomberos fueron trasladados al hospital cuando un proyectil de gas aleman
explotó durante el tendido de cables de trabajo en Warneton, un pueblo al sur
de Ypres. En octubre de 2007 Jozef Verdru, de 58 años, de Loker, murió cuando
una bomba estalló mientras estaba realizando una hoguera en su jardín. Luc
Ervinck, de 40 años, un coleccionista de militaria, fue volado en el 2000
cuando un proyectil que estaba examinando en su caseta de jardín en Essen
exploto, detonando varios otros objetos en su colección.
Probablemente la víctima más joven sobreviviente de la guerra
es Maité Roël, que estaba en un viaje de campamento cerca de Wetteren cuando
tenía ocho años y resulto con la pierna izquierda casi cercenada cuando uno de
los niños en el campamento arrojo al fuego lo que resulto ser un proyectil.
Ahora es oficialmente una víctima de la guerra (mutilée dans la guerre) que le
da derecho a una pension mensual de £ 700 y billetes de tren a mitad de precio.
Vanparys y su equipo cuentan numerosas historias en los últimos
años: cinco trabajadores del gas que terminaron en el hospital después de
golpear un proyectil al instalar un tubo, de una granada que fue llevada a una
fábrica de alimentos en una carga de nabos, y que luego explotó dentro de una
máquina de procesamiento; de un granjero que encontraron con asfixia producida
por gas fosgeno después de que se produjo una ruptura en un proyectil, mientras
colocaba tuberías de irrigación cerca Ploegsteert; “le salvé la vida",
dice Vanparys. En otra ocasión, en el municipio de Zonnebeke, se encontró con
un trabajador mirando con horror las
grandes ampollas amarillas que hacían erupción en su mano y brazo, después de haber
recogido un depósito con un líquido negro que emanaba de la misma. El
trabajador no se había dado cuenta de que el gas mostaza era líquido.
Vanparys es parte del Departamento 63 del ejército belga,
encargado de la limpieza y destrucción de explosivos (DOVO) o “compañía de
procesamiento de explosivos” que es la responsable para la recogida y
destrucción de las municiones ya que la práctica belga de tirarlos en el mar
fue prohibido en la década de 1980 por razones ambientales. Su base cerca de la ciudad de A Poelkapelle cubre 280 acres
del ex campo de batalla, zona son muy boscosa ahora, pero que sigue estando
plagada de antiguos bunkers alemanes y cráteres visibles.
*Trajes contra contaminación nuclear, biológica o química se
usan al manipular presuntos depósitos de gas venenoso.
La base también guarda para fines de identificación una
extraordinaria 'biblioteca de referencia" de las municiones, estos
contienen cientos de fichas de proyectiles, morteros, obuses y granadas como
las “Flying Pigs” británicos (una bomba de mortero) y las primeras bombas
lanzadas desde aviones primitivos. Estos proveedores de la muerte y la
destrucción vienen en todas formas y tamaños (de nariz chata y puntiaguda,
aletas y suaves superficies, de origen alemán, inglés, francés, polaco, ruso e
italiano) todo un testimonio de la gris
ingenuidad del hombre. Las más grandes son los proyectiles británicos de 15 cms
y alemanes de 38cms, Vanparys ha encontrado varios en los campos con el pasar
de los años.
La base está siempre en estado de alerta, y envía uno o más
equipos de recogida todos los días, y responden a unas 2.000 llamadas al año. Las
municiones que los equipos traen de vuelta se llevan por primera vez al
'Abfikzone', un cobertizo abierto por los lados rodeado por altos muros de
contención de tierra en caso de que algún artefacto pueda estallar. A cada uno
se le da un código de barras para que puedan ser rastreados. Entonces, lo que podría
parecer alarmante, hombres con martillos le quitan la suciedad y el óxido a los
proyectiles para que se puedan identificar más fácilmente y detonar mejor. Los
sensores activan una alarma si detectan productos químicos tóxicos en el aire.
Aquellas municiones que contienen explosivos de alto poder
sólo se colocan en un cobertizo de almacenamiento cuyo piso de concreto está
cubierto por unas 70 cajas de madera. Cada caja contiene proyectiles que
contienen hasta 50 kilos de explosivos, y cada mañana seis cajas son llevadas a
una zona despejada en el bosque. Una mina M6 anti-tanque y un trozo de TNT se
ponen en cada una de ellas. Se colocan en hoyos de cuatro metros de profundidad,
y una excavadora cubre los montículos de
tierra.
A las 11:30 todos los días suena una sirena para alertar a
cualquier persona que vive cerca, y las cajas se detonan una por una. Es un
espectáculo impresionante. Las explosiones sacuden el bunker de concreto de observación situado a unos 200 metros. Un segundo después,
la tierra estalla en llamas, y una gran nube de humo negro sube hacia el cielo.
Por un momento usted siente el terror que los soldados de la Gran Guerra deben
de haber experimentado cuando se cubrieron en sus trincheras. Después de la
sexta explosión, una segunda sirena suena y un miembro del equipo mide el aire
en busca de rastros de arsénico.
El proceso se repite a 16:00 horas todos los días, una tasa
que apenas permite que la base continúe su trabajo versus el flujo de entrada
de las municiones, las cajas no pueden contener más de 50 kilos de explosivos porque
los golpes de tierra desestabilizarían las casas de las personas que viven
cerca. La base detiene las detonaciones en invierno ya que las ondas de choque
se amplifican en la tierra húmeda.
Los depósitos de los que se sospecha que contienen productos
químicos tóxicos son más difíciles de tratar. Ellos son llevados a otro edificio
donde son pasados por rayos x para saber su exacto contenido. Las que contienen
productos químicos sólidos, tales como el fósforo blanco son volados en una
cámara de detonación contenida hecho de acero reforzado en otra parte de la
base. Aquellos que contienen productos químicos líquidos son analizados por un
dispositivo llamado espectrómetro de rayos gamma, inducidos por neutrones para
determinar si poseen gas mostaza, fosgeno o algo más. A continuación, se
escurren (fosgeno a temperaturas bajo
cero) en barriles de plástico azules que contienen agentes neutralizantes, y
son conducidos a Amberes para su destrucción.
Es un trabajo peligroso, y lo es mas aun cuanto que los
casquillos se corroen con el tiempo. La
insignia de la DOVO se representa por un proyectil cayendo y su lema es
'pericula no Timeo (Yo no temo al
peligro). Un monumento en la base enumera los nombres de 23 miembros de DOVO
fallecidos desde 1944, incluidos los de cuatro hombres que murieron cuando los
proyectiles almacenados en la base estallaron en 1986. Pero Vanparys lo
encuentra satisfactorio y gratificante. "Somos una compañía del ejército
que trabaja para la población civil. Estamos tomando el peligro que la sociedad
civil enfrenta y lo estamos haciendo bien ", dice. Al principio, su
trabajo asustaba a su esposa, Anja, pero "ahora se ha acostumbrado a el y
sabe que soy muy cuidadoso", añade.
También es un trabajo sin final a la vista. Un siglo después,
cientos de millones de proyectiles siguen enterrados en la rica tierra de
Flandes y el norte de Francia. "El trabajo no estará terminado cuando me
retire", dice Vanparys. "Tal vez en 50 años más será."
*The Telegraph