*Famoso retrato del príncipe Felipe Próspero realizado por Diego
Velázquez en 1659. Se puede apreciar como del pecho y la cintura del niño colgaban
cascabeles, campanillas y sonajeros dorados, higas de azabache y oro, en un intento por protegerle contra la enfermedad y la muerte.
Para la segunda mitad del siglo XVII, el nacimiento de un
heredero varón para la corona española era, un suceso claramente anhelado.
El príncipe Felipe Próspero José Francisco Domingo Ignacio
Antonio Buenaventura Diego Miguel Luis Alfonso Isidro Ramón Víctor de Austria (1657-1661),
fue el cuarto hijo del matrimonio formado por Felipe IV de España (1605-1665),
conocido como el rey planeta y su segunda esposa, la reina doña Mariana de Austria
(1634-1696), siendo el primer varón, lo que le convirtió inmediatamente en Príncipe
de Asturias y heredero universal de todos los reinos, estados y señoríos de la
Monarquía Hispánica.
El bautizo de Felipe Próspero tuvo lugar el 15 de diciembre
en la capilla del Real Alcázar y se celebró por el durante varios meses. El
agua bendita fue traída desde el río Jordán por algunos frailes que habían
regresado recientemente de Jordania. Se dice que el príncipe gritó
vigorosamente después que fue bautizado, y, atraído por la resonante voz
alta, el rey, que estaba mirando a través de las celosías, exclamó:" Ah
que le va bien el sonido! La casa huele a un hombre ahora!. El costo del
bautizo fue de 600.000 ducados.
Todas estas celebraciones dan una medida de la importancia
que tuvo para la Monarquía Hispánica el nacimiento de un heredero varón del que
estaba carente desde la inesperada muerte del príncipe Baltasar Carlos
(1629-1646), quien contaba con tan solo 16 años de edad. El nacimiento de
Felipe Próspero ponía fin a las peripecias dinásticas que Felipe IV había
tenido que realizar a través de sus hijas María Teresa (1638-1683) y Margarita
(1651-1673).
Felipe IV consciente de la importancia del pequeño Felipe
Próspero le hizo jurar como Príncipe de Asturias apenas un año después de su
nacimiento en 1658. Sin embargo, la salud no acompañaba al nuevo heredero: del
pecho y la cintura del niño colgaban cascabeles, campanillas y sonajeros dorados, higas de
azabache y oro, amuletos que en la mentalidad popular se
consideraban protectores de la infancia contra la envidia, los celos, los
maleficios y, lo que era más importante de todo en el caso del pequeño
príncipe, contra las enfermedades y la muerte. Sin embargo, débil y enfermizo
desde su nacimiento, poco pudieron hacer en su favor todos estos objetos, pues
la anemia y los ataques epilépticos que padeció desde su nacimiento, probablemente
debido a que tuvo un sistema inmunológico muy defectuoso causado por
generaciones de endogamia, le condujeron a la muerte el 1 noviembre de 1661 a la edad de 3 años, y
apenas cinco días antes del nacimiento del futuro Carlos II (1661-1700).
La endogamia estaba tan
extendida en su caso, (su madre era sobrina de su padre), que todos sus ocho
bisabuelos eran descendientes de Juana de Castilla (1478-1555) y el archiduque
Felipe “el hermoso” de Austria (1478-1506)
Felipe IV se sentía indirectamente responsable de la muerte
de su hijo, lo que está claro en una carta que le escribió a Sor María Jesús de
Ágreda (1602-1665) por la muerte de Felipe Próspero:
“Con la larga efermedad de mi hijo (el príncipe Felipe
Próspero) y continua asistencia que tenía en su aposento, no me ha sido posible
responder a vuestra carta del 7 del pasado, ni la ternura me ha dado lugar para
hacerlo hasta ahora. Confiésoos, Sor María, que ha sido grande, pues haber
perdido tal prenda lo pide así; pero en medio de este gran dolor he procurado
ofrecérsele a Dios y conformarme con Su divina voluntad, creyendo
verdaderamente que lo que dispone Su Providencia es lo que más importa. Y os aseguro
que lo que a mí más me fatiga, y mucho más que la pérdida, es ver claramente
que tengo enojado a Dios y que por mis pecados me envía estos castigos. Sólo
quisiera saber enmendarme y cumplir en todo Su voluntad y evitar Sus ofensas,
para lo cual hago y haré cuanto fuere posible, deseando perder la vida a
trueque de conseguirlo. Ayudadme como amiga con vuestras oraciones a aplacar la
justa ira de Dios y a suplicar a Nuestro Señor que, ya que ha sido servido de
quitarme este hijo, lo sea de alumbrar con bien a la Reina, cuyo parto
aguardamos cada hora, le dé perfecta salud y guarde lo que naciere, si fuere
así Su servicio, que de otra manera no lo quiero. La Reina ha llevado este
golpe, aunque con ternura, con gran cristiandad, pero no me espanto, porque es
un ángel.
¡Ah, Sor María! Si yo hubiera acertado a ejecutar vuestras
doctrinas, quizá no me hallara en este estado. Pedid a Nuestro Señor que me
abra los ojos, porque en todo ejecute Su santa voluntad. También aguardamos por
horas nuevas del parto de mi hija (la reina de Francia María Teresa); quiera
Dios dárselo muy feliz.
En las cosas de Inglaterra no hay novedad.
Yo, a Dios gracias, estoy bueno, que no es poco con semejante
accidente, pues os aseguro que me hallo muy fatigado.
Hasta aquí os tenía escrito el domingo a las once, y a la una
fue Nuestro Señor servido de restituirme el hijo que me había quitado dándome
otro (el futuro Carlos II), de que quedo con el agradecimiento que pide tan
singular beneficio y misericordia, deseando no ser desagradecido. Ayudadme a
postrarme a sus pies y suplicarle me conserve esta prenda si fuere Su servicio,
que si no, no lo quiero, sino que ejecute Su voluntad. La Reina y el niño están
buenos, de que quedo contento, y os pido los encomendéis a Dios.
De Madrid, 8 de noviembre de 1661. Yo el Rey.”
* Kunsthistorisches
Museum de Viena.